5.11.09

Vive Ayala



Muchas veces he hablado con amigos sobre Francisco Ayala y es que siempre me ha fascinado la gente mayor, encuentro pureza en su bondad, como si el paso del tiempo desvaneciera la inseguridad que genera la vanidad y lo falso, como si el paso del tiempo nos hiciera más valientes y qué mas se le puede pedir a una persona que ser valiente y cariñoso. Quizás se le pueda pedir ser un intelectual, una persona culta y bondadosa, una persona que no teme y que confía sin necesidad de recurrir, como muchos hacemos, a la vanidad, tal y como me he imaginado que Francisco Ayala era.

No he conocido a Ayala por su literatura, dí con él por su centenario y desde ahí avancé.

Entonces me lo encontré un día sentado en la terraza de la cervecería Santa Bárbara que suelo frecuentar. Estaba allí observándolo todo y puse toda mi atención en él fascinado mientras pensaba en las cosas que había vivido. En cómo él se había sentado en aquella misma terraza 75 años antes, durante la II República. Observando a los caminantes de otra época, enfundados en aquellos looks y circulando, hablando y pensando probablemente lo mismo pero de otra forma.

De aquel encuentro me aventuré en su biografía e imaginaba sus viajes en barco cruzando el Atlántico, sus experiencias en Argentina o Nueva York, los ensayos en el backstage de alguna obra de teatro de los años 50 o los sentimientos a los que pudo dar voz en sus cartas y conversaciones, y después de todo aquello allí estaba tomándose una cerveza en el Santa Bárbara mientras veía las chicas pasar.

Siendo vecinos tuve más encuentros con Francisco Ayala y de estos no olvidaré un día en el Restaurante Ciao de Madrid. Pude ver a un hombre de más de 100 años hablar a su chica como un joven enamorado mientras le acariciaba la mano con pulso fino.

Seamos Ayalas.

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