28.9.12

Sobre el asedio al Congreso

Desde tiempo inmemorial se conocen las revueltas populares para asaltar el poder y esto solía producirse en períodos de pobreza, hambre y catástrofes de todo tipo.

También se conocen cómo determinadas personas se aprovechan de la situación, cuando no las provocan ó magnifican con el propósito de desalojar y sustituir a los que poseen el poder, que es en el fondo de lo que se trata.

Los ejemplos que la historia nos ofrece son abrumadores. A mí me resultan particularmente interesantes las irrupciones populares en los primeros siglos del cristianismo a la hora de sustituir las sedes obispales, alentadas por aspirantes que por los cauces reglamentarios tenían difícil el acceso a ese poder.

Los años 30 del pasado siglo nos ofrecen también unos ejemplos dignos de consideración, quizás el más llamativo sea la marcha sobre Roma de Mussolini. En cuanto Hitler lo intentó con el punch de Múnich y como le salió mal y acabó en la cárcel urdió el tránsito por los entresijos del sistema hasta lograr su propósito.

Y es que el poder es como un trono que el que lo detenta no puede usarlo cómodamente. Tiene que estar permanentemente dando vueltas en su torno para defenderse de quienes acechan para arrebatárselo. La mecánica es siempre la misma: Utilización del descontento popular, que es utilizado como ariete y fuente de legitimidad e inmediatamente establecer mecanismos de legalidad que preserven la detentación del nuevo poder, utilizando la propaganda y en los casos de dictadores la represión inmisericorde.

En las democracias más ó menos imperfectas (La continua perfección es loable, pero su consecución total es una quimera), existen cauces de acceso al poder establecidos mediante la representación (la democracia directa solo es posible en comunidades minúsculas) y se respeta a los aspirantes. Pero si esos cauces están podridos por la partidocracia y otros vicios como el maridaje del poder y la corrupción entre otros, no es de extrañar que emerjan movimientos populares rápidamente aprovechados por quienes por la vía de la representación lo tienen crudo.

En cualquier caso y obligados a elegir, en mi opinión la peor de las democracias es siempre preferible a la mejor de las dictaduras, porque éstas son liberticidas y la libertad como decía Don Quijote, es el más preciado bien de que dispone el hombre.

En cuanto a los movimientos populares que se están produciendo en Madrid en torno al Congreso haría bien la clase política en tomar nota y corregir en lo posible los defectos de nuestra democracia (Ley electoral para una más justa representación, desmedida nutrición de Partidos, Sindicatos y Patronales, proliferación de entidades ruinosas donde se adscriben a los adeptos y un larguísimo etcétera). 

Asimismo los protagonistas de los movimientos deberían tomar en consideración la facilidad de ser mal utilizados, la necesidad de propuestas razonables y no utópicas y la búsqueda de cauces de expresión y representación más acordes con un país que no puede incurrir en los errores que tanto proliferaron en el primer tercio del pasado siglo.